El apego, un primer abordaje

Con respecto a nosotros, los seres humanos, el apego penetra nuestras mentes de tal manera y determina nuestras acciones con tal consistencia que al estado de nuestro existir se le conoce como “el reino del deseo”. Somos nosotros mismos quienes fabricamos este estado al fijarnos tanto en las apariencias burdas del ambiente exterior como en las apariencias más sutiles del ambiente interior de la mente, aquel de los conceptos y de las emociones. A partir de esta fijación creamos una amplia gama de experiencia. A un extremo de ella,  la fijación en los objetos de la ira y del odio da lugar a una existencia infernal, que es el apego por su reverso: la completa aversión. Al otro extremo, la fijación en ciertos estados de meditación -un tipo de apego extremadamente sutil, sin embargo poderoso- resulta en una existencia que es gozosa, pero temporaria y aún condicionada por el deseo.

Nuestro apego surge de no entender la naturaleza vacía e impermanente de los fenómenos. Este malentendido fundamental es dotado de enorme potencia a causa de nuestros deseos mundanos, los cuales nos seducen y frustran a la vez. Al no entender que no hay nada en nuestra experiencia ordinaria que sea permanente o siquiera confiable, deseamos y anhelamos las cosas de este mundo. Los deseos surgen incesantemente y nos sentimos frustrados al no obtener lo que deseamos; al no obtener lo suficiente; al obtenerlo y ya no desearlo; o al obtenerlo y luego perderlo. Para aquellas personas más introspectivas, el sólo proceso de fijación, formación de apego y lucha por la satisfacción de los deseos se vuelve profundamente desgastador.

Desgastador es también el reconocimiento del poder de nuestros apegos. Su fuerte hábito ya nos ha propulsado a través de incontables vidas anteriores y nos seguirá propulsando a través de incontables vidas futuras a menos de que encontremos cómo soltarnos de él. Y en este aprieto no estamos solos: lo compartimos con cada ser sintiente, incluyendo aquellos más cercanos a nuestro corazón. Estamos todos igualmente seducidos por el espejismo de la satisfacción y enredados en las telarañas de apego que nosotros mismos hemos tejido. El sólo darnos cuenta de este hecho se vuelve en sí una fuente de compasión.

En la mayoría de los casos, la forma en que nos desenredemos de nuestra propia telaraña de apego suele seguir un patrón, usualmente desencadenado por eventos de dolor y tristeza que tornan nuestras mentes hacia preguntas profundas sobre la vida, preguntas que sólo pueden ser resueltas a través de una búsqueda espiritual. Las fuerzas de la impermanencia nos llevan a reconfigurar continuamente nuestra alianza con amistades, matrimonios, romances y ataduras familiares. Nos vemos removidos ante reveses de nuestras carreras y cuentas bancarias; cambios súbitos en las posesiones, residencias y proyectos; mejorías y declives de salud y bienestar. Así vamos sabiendo que llegará el día en que habremos de encarar el fin de nuestra juventud y la evidencia del deterioro del propio cuerpo que constituyen la vejez y la muerte.

Si en ese momento de búsqueda somos lo suficientemente afortunados de encontrar a un auténtico maestro espiritual, y si el maestro posee la sabiduría que emerge de escuchar, contemplar y meditar sobre las enseñanzas del linaje del Buda Shakyamuni, éste le aconsejará a observar profunda y directamente la verdad de la impermanencia, no a distanciarse de ella. Al mirarnos interiormente vemos que nuestros eventos mentales son igual de impermanentes, que los pensamientos y las emociones van y vienen como el clima, que incluso las características de nuestra identidad personal son variables. Si observamos nuestro interior a través del lente de la meditación, la mayoría de nosotros quedaremos atónitos ante la proliferación de nuestros fenomenos mentales y su incesante movimiento, sus incontables demandas, disgresiones, imaginaciones y caprichos. ¡Si tan sólo nos resulta difícil permanecer quietos para observarlos! Para alguien que contemple seriamente el desarrollarse espiritualmente, la primera pregunta será, ¿cómo es posible domar estos aspectos indisciplinados de la propia mente?

El estar conscientes de la impermanencia sigue siendo la clave para resolver el apego, un proceso que abarca muchos niveles espirituales: desde el subyugamiento de los apegos  burdos del egoísmo, propio del principiante, hasta el corte con los últimos vestigios de apego a ciertos hábitos sutiles, propio de la mente de los grandes bodisatvas.  En cada etapa, la medida en que la compasión va aumentando sirve para determinar cuanto se han soltado las ataduras del apego.

Liberarnos del egocentrismo permite la expresión más espontánea de nuestras cualidades naturales de compasión. Desarrollamos en especial la honda intención de que todos los seres que nos acompañan en este reino del deseo logren liberarse del aferramiento a sus mundos exteriores e interiores como si estos fuesen reales y verdaderos; la intención de que logren soltarse de la desgastadora persecución de sus deseos, que sólo los sumerge más en la confusión y el sufrimiento. Aspiramos a la misma liberación también para nosotros mismos.

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